He comprendido que la mente humana, en su complejidad, a menudo se enfoca en lo que falta y no en lo que ya tiene. Esta tendencia psicológica no es casualidad: está ligada a nuestra naturaleza de búsqueda, de querer siempre más, de aspirar a lo que creemos que nos completará. Sin embargo, esa misma búsqueda puede convertirse en un círculo interminable de insatisfacción.

Cuando estoy soltero anhelo compañía, cuando estoy en pareja anhelo libertad; cuando trabajo deseo tiempo, cuando tengo tiempo deseo trabajo. Este vaivén es la muestra más clara de que la mente, si no la entrenamos, siempre encontrará un motivo para sentirse incompleta.

Desde un enfoque psicológico, esto se relaciona con el sesgo de insatisfacción adaptativa, una trampa mental que nos hace acostumbrarnos rápido a lo que obtenemos, restándole valor, y enfocándonos en lo que aún falta. De ahí que la verdadera clave no está en lo externo, sino en aprender a habitar el presente con gratitud y conciencia.

La plenitud surge cuando dejo de perseguir constantemente lo que está “afuera” y empiezo a valorar lo que está “adentro”: el aroma de mi hogar, la compañía que tengo, el trabajo que me sostiene, la libertad que ya está presente en mi capacidad de elegir. Nada se da por sentado, todo es un regalo; y solo cuando lo reconozco dejo de vivir en carencia y empiezo a vivir en abundancia.

Tal vez la verdadera madurez emocional no sea tenerlo todo, sino aprender a sentirlo todo en el aquí y ahora.