El comportamiento violento en niños pequeños —morder, golpear, rasguñar— suele preocupar profundamente a los padres. Sin embargo, desde la psicología del desarrollo y la neurociencia se entiende como parte de un proceso normal, aunque desafiante, en el crecimiento.

Comprendiendo la raíz de la conducta

Jean Piaget, pionero en la psicología infantil, explicaba que a los dos años los niños están en la etapa preoperacional temprana, donde aún no logran controlar sus impulsos ni expresar con claridad sus emociones a través del lenguaje. En este sentido, la agresión no es malicia, sino una forma primitiva de comunicación.

Daniel J. Siegel, neuropsiquiatra y autor de The Whole-Brain Child, señala que el cerebro infantil aún está en construcción, especialmente la corteza prefrontal, responsable de la autorregulación. Esto significa que un niño de dos años tiene un “cerebro emocional” mucho más activo que su “cerebro racional”.

La neurociencia también explica que la amígdala —centro del miedo y la reacción— se activa con facilidad a esta edad, mientras que los circuitos que permiten inhibir la conducta (prefrontal) son todavía inmaduros. Por eso, los impulsos suelen transformarse en acciones físicas inmediatas.

Consejos y estrategias para acompañar este proceso

  1. Validar las emociones
    Como recomienda Daniel Goleman en su trabajo sobre inteligencia emocional, los niños necesitan aprender a nombrar lo que sienten. Decir frases como: “Estás enojado porque no tienes el juguete” ayuda a poner palabras a lo que el niño aún no sabe expresar.
  2. Modelar la calma
    El neurólogo Allan Schore explica que los niños regulan sus emociones a través de la co-regulación con el adulto. Si el adulto responde con gritos o violencia, el niño imita; si responde con calma y firmeza, aprende a estabilizarse.
  3. Establecer límites claros y consistentes
    La firmeza es tan importante como el afecto. Un “No se muerde, eso duele” dicho con tono seguro y constante enseña causa y efecto.
  4. Ofrecer alternativas de descarga
    Desde la neurociencia del movimiento, sabemos que el cuerpo necesita canalizar la energía. Proporcionar plastilina, cojines para golpear o juegos de movimiento ayuda a expresar la frustración de forma segura.
  5. Practicar la conexión antes de la corrección
    Según Siegel y Bryson, un niño solo puede aprender cuando se siente conectado. Abrazar, mirar a los ojos y luego corregir es más efectivo que solo sancionar.
  6. Repetición y paciencia
    La plasticidad cerebral a esta edad es enorme. Cada vez que un adulto acompaña al niño con calma, está fortaleciendo los circuitos neuronales de autorregulación que poco a poco permitirán controlar la agresión.

Reflexión final

La violencia en un niño de dos años no debe verse como una señal de “maldad”, sino como un síntoma de inmadurez cerebral y emocional. La tarea de los padres y cuidadores es guiar con paciencia, consistencia y amor, sabiendo que cada intervención es una inversión en la formación del cerebro social y emocional del niño.