El primer pacto de lealtad, amor y empatía siempre debe ser con uno mismo. Si soy capaz de fallarme, de ignorar mis necesidades emocionales o de traicionar mis propios valores, entonces inevitablemente terminaré fallando también a quienes digo amar. La psicología nos recuerda que nadie puede dar lo que no tiene: la autoestima, el respeto y la coherencia interna son los cimientos de cualquier relación sana.
Cuando una persona dice “te amo” pero no se ama, cae en la incoherencia. Su discurso se convierte en una máscara, porque no existe un equilibrio entre lo que piensa, siente y hace. Esa falta de congruencia genera un vacío que tarde o temprano se proyecta en los vínculos más cercanos. Es como pretender llenar de agua un vaso roto: aunque la intención sea buena, el contenido se escapa porque no hay estructura que lo sostenga.
Hacerse una retrospección no es un acto de egoísmo, es un acto de responsabilidad emocional. Preguntarme si me soy fiel, si me escucho, si me cuido y si me trato con respeto es la base para después ofrecer amor real a mi pareja, a mis hijos, a mis amigos. Una persona coherente, que alinea pensamiento, emoción y conducta, no solo vive con autenticidad, sino que transmite confianza y seguridad a quienes lo rodean.

La verdadera coherencia no se mide en palabras bonitas, sino en actos consistentes que reflejan el amor propio. Porque solo cuando me pertenezco de verdad, puedo pertenecer sanamente a los demás.