¿Te has preguntado alguna vez por qué hay cosas o personas de las que no puedes soltarte… aunque te hagan daño?

Eso… es el apego.

Y no es un error. Es una respuesta natural que nace desde muy temprano en nuestra historia.

Pero aunque el apego nos protegió alguna vez, también puede convertirse en una prisión invisible.

Hoy quiero que hablemos de esto… desde la psicología, desde la experiencia humana… y desde el corazón.

¿Por qué surge el apego? (John Bowlby y Mary Ainsworth)

El apego nace en nuestra infancia, no como debilidad, sino como una necesidad de supervivencia.

John Bowlby, el padre de la teoría del apego, descubrió que los seres humanos desarrollamos vínculos emocionales con quienes nos cuidan para sentirnos seguros.

Cuando un niño no tiene esa seguridad constante y afectiva, puede crecer con miedo al abandono… y buscar, incluso en la adultez, esa sensación de protección en los demás.

Mary Ainsworth, con sus estudios sobre los tipos de apego (seguro, ansioso, evitativo o desorganizado), demostró que nuestra forma de vincularnos hoy refleja cómo fuimos amados o no amados en el pasado.

¿Qué lo mantiene vivo en nosotros? (Carl Jung y Erich Fromm)

El apego persiste porque muchas veces seguimos buscando afuera lo que no hemos sanado adentro.

Carl Jung decía que aquello que no se hace consciente, se repite como destino.

Nos apegamos no solo a personas, sino a patrones, a heridas, a roles que nos hicieron sentir amados alguna vez.

Incluso si esos roles eran dolorosos.

Erich Fromm, por su parte, explicaba que el ser humano prefiere un vínculo doloroso a la soledad interior.

Nos aferramos por miedo. Miedo a estar solos. Miedo a no ser suficientes.

El apego, en el fondo, es un grito de nuestro niño interior que dice: “No me dejes otra vez.”

¿Cómo podemos comenzar a liberarnos del apego? (Thich Nhat Hanh y la conciencia emocional)

Liberarnos del apego no es cortar relaciones, ni rechazar lo que sentimos.

Es mirar hacia adentro con amor y decir: “Estoy dispuesto a conocerme y a sanar.”

Thich Nhat Hanh, maestro del mindfulness, decía:

> “El apego no es amor. El apego es el deseo de poseer. El amor verdadero da libertad.”

Y ese es el primer paso: reconocer que amar no es depender.

Que puedo estar contigo… sin perderme a mí.

Liberarse del apego implica:

1. Observar sin juzgar.

Date cuenta de qué buscas en el otro que no te estás dando tú mismo.

2. Sanar tu historia.

Ir a la raíz. Comprender que tus vínculos de hoy son respuestas antiguas de tu mente queriendo protegerte.

3. Crear vínculos conscientes.

Donde elijo desde el amor, no desde la necesidad. Donde puedo decir: “Te amo, pero no necesito que me salves.”

4. Cultivar el amor propio real.

No el narcisismo. Sino el respeto por tu valor, tus emociones y tu historia.

El apego nos enseñó a sobrevivir.

Pero soltar… es lo que nos enseña a vivir.

Cuando dejas de buscar afuera lo que solo tú puedes darte, comienzas a caminar libre.

No se trata de no amar.

Se trata de amar desde la plenitud, no desde la carencia.

Y eso… es libertad emocional.