Decirle a un niño que sus padres se separan es una de las conversaciones más delicadas y trascendentes en su vida. No se trata solo de comunicar una noticia, sino de acompañar el inicio de un duelo que marcará su manera de relacionarse con la seguridad, con el amor y con la confianza en el futuro. Desde la mirada de la tanatología, como lo explica Gabi Pérez, existen tres formas de comunicar esta verdad: la verdad directa, la verdad a su nivel y la verdad acompañada.
La verdad directa significa no disfrazar ni mentir. Un niño merece saber que hay una separación, porque el silencio o las evasivas generan más ansiedad que la propia realidad. Sin embargo, no basta con soltar palabras duras: lo fundamental es cómo se transmiten.
La verdad a su nivel implica reconocer que un niño no procesa la información como un adulto. No necesita escuchar detalles de infidelidades, conflictos o resentimientos; necesita una explicación acorde a su edad, sencilla y clara, que le permita entender que lo que está ocurriendo es una decisión de adultos y que él no es culpable de ello. Ajustar la verdad a su nivel es una forma de proteger su inocencia sin caer en engaños.

Finalmente, está la verdad acompañada. Esta quizá sea la más sanadora: decirle la verdad estando presentes, sosteniendo su dolor, validando sus emociones y garantizando que, aunque la pareja se rompa, el amor hacia él permanece intacto. Es el acompañamiento lo que transforma una noticia dolorosa en una experiencia que, aunque duela, puede vivirse con menos soledad y más contención.
Desde un enfoque psicológico y tanatológico, lo que más hiere a un niño no es la separación en sí, sino la sensación de abandono o de mentira. La verdad sin filtros puede ser abrumadora, y la mentira genera desconfianza, pero la verdad acompañada construye resiliencia. Es ahí donde el duelo infantil puede convertirse en una oportunidad: aprender que la vida tiene pérdidas, pero también que en medio de ellas siempre hay alguien dispuesto a sostenerlo con amor y honestidad.