Nadie puede ofrecer aquello que no ha cultivado en su interior. Desde un enfoque psicológico, esto nos recuerda que todo acto hacia el exterior —amor, comprensión, paciencia o empatía— tiene su origen en la forma en que nos tratamos a nosotros mismos.
El ser humano proyecta al mundo lo que ha sembrado en su propia alma. Si dentro de nosotros hay vacío, desconexión o dolor no atendido, es difícil que podamos dar algo distinto a lo que llevamos cargado. Por eso, la autoexploración y el autocuidado no son actos egoístas, sino profundamente responsables. Solo al reconocer nuestras emociones, sanar nuestras heridas y fortalecer nuestra autoestima, podemos ofrecer vínculos más sanos y auténticos.
En psicología se entiende que el amor propio, la autocompasión y la conciencia personal son la base sobre la cual se construyen nuestras relaciones. Así, cuando logramos nutrirnos a nosotros mismos, nuestro interior se convierte en fuente; y desde esa abundancia podemos compartir con los demás.

Todo inicia en el interior porque solo desde ahí germina la posibilidad de transformar lo que damos al mundo. Y cuando lo que ofrecemos nace de un corazón en equilibrio, no solo damos, sino que también inspiramos a otros a encontrarse consigo mismos.