En la quietud de la noche,

cuando el mundo guarda silencio,

siento un corazón pequeño

que se acerca sin pedir permiso.

Soy su refugio, su puerto,

el rincón donde descansa su inocencia.

Aunque mis ojos duerman,

mi presencia lo protege.

Se acurruca a mi lado,

como si mis brazos fueran murallas,

y mi pecho, un horizonte

donde su alma encuentra calma.

No hace falta hablar,

ni que el tiempo se detenga,

porque en su contemplación

me dice que aquí se siente eterno.

Y yo, aun dormido, lo sé:

soy su lugar seguro,

su casa, su abrigo, su raíz,

y en ese instante descubro

que en su ternura también

yo encuentro mi descanso.