Dejar de huir…
Pero no de otros, sino de uno mismo.
Sí…
Porque todos, en algún momento, hemos intentado distraernos, callarnos, evitar pensar, evitar sentir.
Nos llenamos de ruido, de ocupaciones, de máscaras…
Todo para no ver lo que duele, lo que incomoda, lo que está sin resolver dentro de nosotros.
Pero llega un momento en el que el alma te pide una pausa.
Te dice: “basta de correr, mírame”.
Y aunque eso dé miedo… es ahí donde empieza la verdadera libertad.
Viktor Frankl, que sobrevivió a los campos de concentración, decía:
“Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, estamos desafiados a cambiarnos a nosotros mismos.”
Y eso empieza cuando dejas de huir.
Carl Rogers también lo decía claro:
“La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar.”
No se trata de resignarte a ser lo que no te gusta…
Se trata de dejar de juzgarte, de mirarte con honestidad y con amor.
Ahí comienza el verdadero cambio.
Y Carl Jung, como siempre tan sabio, nos recordó:
“No te iluminas imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente tu oscuridad.”
¿Sabes qué quiere decir eso?
Que lo que más miedo da mirar… es justo lo que más te libera.
Porque solo cuando abrazas tu sombra, cuando te enfrentas a ti sin máscaras, empiezas a sanar de verdad.
¿Te has preguntado alguna vez de qué estás huyendo?
¿De qué parte de ti?
Tal vez de tu dolor, tu enojo, tu necesidad no resuelta…
Tal vez del niño herido que aún busca consuelo…
Pero huir solo retrasa lo inevitable.
Porque lo que no sanas, se repite.
Lo que no aceptas, te domina.
Así que si hoy decides dejar de correr…
Si te sientas contigo, en silencio, sin miedo…
Te prometo que no vas a encontrar solo dolor.
Vas a encontrar también una fuerza enorme…
Una compasión dormida…
Una verdad que te estaba esperando.
Y eso, eso es libertad.
