De cómo te miras, te juzgas o te tratas en silencio…

Porque, mira… esto es algo que he aprendido:

Cómo tú te tratas… es como los demás aprenden a tratarte.

No es magia. Es reflejo. Es coherencia.

Albert Ellis, el creador de la Terapia Racional Emotiva, decía que no sufrimos por lo que nos pasa, sino por lo que nos decimos sobre lo que nos pasa.

Y eso incluye lo que nos decimos sobre nosotros mismos:

“No soy suficiente”, “no merezco amor”, “todo es mi culpa”…

Y sin darnos cuenta, esas creencias van marcando la forma en que permitimos que otros nos hablen, nos valoren o nos descuiden.

Louise Hay, pionera en el trabajo con afirmaciones, decía:

“La forma en que nos tratamos a nosotros mismos pone el estándar para todos los demás.”

Y es cierto.

Si tú no te respetas, no pones límites, no reconoces tu valor… ¿cómo esperar que alguien más lo haga?

Carl Rogers lo llamó aceptación incondicional positiva.

Ese espacio donde te reconoces humano, imperfecto… pero valioso.

Donde aprendes a ser tu mejor amigo, en lugar de tu peor crítico.

Porque solo desde esa aceptación nace un amor auténtico.

Y Nathaniel Branden, en su trabajo sobre la autoestima, escribió algo que a mí me marcó:

“La autoestima no es un lujo, es una necesidad. Es la base de toda relación sana.”

Entonces…

Si tú te hablas con amor, los demás aprenden a hablarte con amor.

Si tú te pones límites, los demás saben hasta dónde llegar.

Si tú te tratas con respeto, con dignidad… estás enseñando con tu ejemplo.

Pero si tú te descuidas, te saboteas, te exiges sin compasión…

Vas a atraer vínculos que hagan lo mismo contigo.

Así que, antes de pedir amor, respétate.

Antes de exigir atención, atiéndete.

Antes de reclamar cuidado, cuídate tú.

Porque cómo tú te trates… es cómo el mundo entenderá que debe tratarte.

Y eso, créeme, cambia tu vida.