No con juicio. No con comparación.

Sino con aceptación. Con respeto. Con amor.

Difícil, ¿verdad?

Y no es tu culpa.

Vivimos en una cultura que nos ha enseñado a mirar nuestro cuerpo como un enemigo, como un proyecto eterno por corregir.

Un sistema donde, si te amas como eres, parece que estás cometiendo un pecado.

Sí…

Amar tu cuerpo se ha vuelto casi una rebeldía.

Porque te dicen que siempre debes “mejorar”, que te falta algo, que podrías estar “más delgado”, “más fuerte”, “más joven”…

Y cuando decides detenerte y decir: “Estoy bien así. Me respeto. Me gusto…”

Entonces llegan las miradas, los comentarios, el juicio.

¿Por qué molesta tanto ver a alguien que se acepta?

Desde la psicología, esto ha sido estudiado a fondo.

Susan Bordo, por ejemplo, hablaba de cómo el cuerpo ha sido moldeado por los discursos culturales y sociales.

Cómo hemos aprendido a odiar lo natural y amar lo artificial.

Cómo el cuerpo se convierte en un campo de batalla donde se juega la autoestima.

Rosenberg lo expresó también desde la psicología de la imagen corporal:

Que la forma en que percibimos nuestro cuerpo no nace de él…

Sino de los mensajes que hemos absorbido desde niños.

Y Carl Jung nos dejó algo muy sabio:

“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma.”

Cuando niegas tu cuerpo, cuando lo castigas, cuando lo maltratas con pensamientos… estás reforzando tu esclavitud.

Pero cuando lo aceptas —no desde la resignación, sino desde el respeto— empiezas a sanar de verdad.

Amar tu cuerpo no significa no cuidarlo.

Significa cuidarlo desde el amor, no desde el rechazo.

Significa agradecerle por sostenerte cada día, en vez de culparlo por no cumplir expectativas ajenas.

Así que sí:

Estamos en una cultura que castiga el amor propio.

Pero tú puedes elegir rebelarte con ternura.

Puedes elegir mirar tu reflejo y decirte: “No soy un error. Soy una historia sagrada.”

Tu cuerpo no es tu enemigo.

Es tu hogar.