He llegado a entender que ser fiel no debería sentirse como una obligación ni mucho menos como un sacrificio. Cuando se ama de verdad —desde la conciencia, la libertad y la autenticidad—, la fidelidad se vuelve algo natural, casi inevitable. No es una carga, es un privilegio. Amar con integridad nos llena, nos completa, nos hace elegir una y otra vez a esa persona sin sentir que perdemos algo en el camino.

Pero esta reflexión va más allá de una relación de pareja. Hablo también de mí. Serme fiel a mí mismo es lo básico. Es el cimiento de todo lo demás. ¿Cómo podría ser fiel a alguien más si no soy capaz de honrar mis propios valores, mis límites, mis sueños, mi esencia? Serme fiel implica reconocer quién soy, lo que siento, lo que pienso y lo que verdaderamente necesito. Es tener el valor de sostenerme incluso cuando todo alrededor parece moverse.
La fidelidad empieza en el alma. Cuando uno se ama con verdad, cuando uno se escucha, se respeta y se honra, entonces puede entregarse a otros sin traicionarse, sin vaciarse. Ser fiel es un acto profundo de amor: hacia el otro, sí, pero primero hacia uno mismo.
Rsantos