Cuando un niño recibe golpes como forma de corrección, no está aprendiendo a comportarse mejor; está aprendiendo que el amor puede doler, que quien lo cuida también puede lastimarlo, y que la violencia es una expresión válida del afecto o de la autoridad. Desde un enfoque psicológico, esto tiene consecuencias profundas y duraderas. El mensaje que se graba en su mente es que el maltrato es justificable si proviene de alguien cercano, lo que puede llevarlo en la adultez a tolerar o reproducir relaciones tóxicas o violentas, creyendo que eso es lo normal en el amor.

El castigo físico no educa emocionalmente; al contrario, interfiere con el desarrollo de una autoestima saludable, rompe la confianza básica y genera miedo en lugar de respeto. El niño deja de actuar por conciencia y comienza a actuar por temor. Este tipo de crianza daña su capacidad para autorregularse, identificar sus emociones y desarrollar habilidades sociales sanas.
La violencia como herramienta educativa es una herencia que se transmite de generación en generación, a menos que alguien decida romper con ese patrón y elegir caminos más empáticos, respetuosos y amorosos. Educar con límites claros, pero desde la conexión emocional, es la verdadera base de una crianza que forma adultos seguros, amorosos y conscientes.
Enseñémosle a los niños que el amor no duele, que quien ama cuida, respeta y guía con firmeza, pero también con ternura. Porque la forma en que fuimos tratados se convierte en la forma en que nos tratamos y tratamos a los demás.
Lo aprendí un poco tarde porque yo también fui papá violento pero decidí cortar el hilo y aprendí a mejorar por el bien de mi familia, así que tú también puedes! Con amor, compromiso y voluntad.
Rsantos